martes, 3 de marzo de 2009

Sawa, pasión y muerte de un bohemio


La biógrafa de Alejandro Sawa, la profesora de la Universidad de Granada Amelina Correa, ha evocado las trágicas circunstancias en que murió este escritor sevillano, asediado por la pobreza, hambriento y enfermo, hace cien años. Su biografía se titula Alejandro Sawa. Luces de bohemia porque, según asegura en una entrevista con Efe, "en su muerte está la génesis de Luces de bohemia", la obra de teatro que Ramón María del Valle-Inclán escribió en 1920. Al autor gallego le impresionaron las dramáticas circunstancias de la muerte de Sawa, aquejado de encefalitis y sufriendo hambre, insomnio y locura.

"Su pluma seguía luchando en la denuncia de los males de España, en una actitud desolada y amarga, como su admirado Larra", según su biógrafa, quien ha presentado su libro en casi todas las capitales andaluzas y Madrid, y estudia hacerlo en París, ciudad tan vinculada al "poeta ciego".


Una pluma mordiente

Ese sentimiento de impotencia y frustración resultó generalizado entre los intelectuales de la época, "y uno de los factores que influyeron fue el fracaso del modelo republicano,  ante el que Alejandro Sawa reflexionaría con frecuencia en sus artículos periodísticos." Según Correa, Sawa fue insobornable y "señaló en voz alta la corrupción de los políticos y la ineptitud de los gobernantes; de él llegaron a decir que si su pluma tuviera dientes mordería, y que si escribiera sobre política su domicilio sería la cárcel". No en vano su firma apareció en la señera revista Germinal, de clara orientación socialista republicana, y en la progresista Don Quijote, entre otras que lucharon por la renovación del país.

Sawa, explica Correa, pese a sufrir "ese mal tan común a ciertos intelectuales del fin de siglo, que era la falta de voluntad, se convirtió en un prolífico articulista desde su regreso a España, cuando frecuentó a Manuel Machado y Valle-Inclán, a quien acompañó a sus tertulias con Jacinto Benavente, con jóvenes como Martínez Sierra, Santiago Rusiñol o su todavía buen amigo Rubén Darío". Correa añade que "el bohemio químicamente puro, a quien todos recuerdan en sus últimos años de vida acompañado de perros lazarillo y fumando alguna de sus muchas pipas, tuvo, en efecto, una estrecha relación con Darío desde que fuese su anfitrión en París y le presentase al gran Verlaine, de cuyos versos fue Sawa el introductor en Madrid".

El Pais, 2 de marzo de 2009

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